sábado, 26 de noviembre de 2016

La muerte no es cosa de leyendas

Por Elena Milián Salaberri
Han transcurrido pocas horas del deceso de Fidel Castro; Cuba vive el
Duelo Nacional decretado por varias jornadas, pero las casas-al menos
las de mi San Cristóbal, en Artemisa- están cerradas y el sonido del
silencio habla más que mil palabras.
La quietud trasluce el respeto por un insoslayable entre los grandes
hombres; no se habla de otra cosa entre fronteras y me atrevería a
decir que mucho más allá, sin pretender hurgar entre adeptos y
detractores, pues sería inútil apartar la mente del hecho en sí y de
la gran responsabilidad que tenemos los cubanos por delante.
Casi más natural que nacer es morir, más no sé bien cómo ni cuándo
-creo que ni él lo supo- Fidel transgredió las dimensiones del ser
humano para hacerse leyenda. Y las leyendas mueren, únicamente, si se
deja fallecer lo mejor de su esencia, de las maneras más
insospechadas.
Tengo cincuenta años, la época de verlo todo con una pasión
apologética ha cedido el paso al análisis y, permítanme parodiar una
canción muy conocida: no he vivido en una sociedad perfecta.
No, y estoy segura de que Fidel también lo sabía. El concepto de
Revolución, expresado por el líder el Primero de mayo del año 2000,
sentaba las bases dialécticas del futuro, en mezcla con no poco de los
desafíos enarbolados por Cuba tiempo atrás y emanados de las fuentes
de otros pensadores de la nación como el imprescindible José Martí.
Decía Fidel:"Revolución es sentido del momento histórico; es cambiar
todo lo que debe ser cambiado; es igualdad y libertad plenas; es ser
tratado y tratar a los demás como seres humanos; es emanciparnos por
nosotros mismos y con nuestros propios esfuerzos; es desafiar
poderosas fuerzas dominantes dentro y fuera del ámbito social y
nacional; es defender valores en los que se cree al precio de
cualquier sacrificio; es modestia, desinterés, altruismo, solidaridad
y heroísmo; es luchar con audacia, inteligencia y realismo; es no
mentir jamás ni violar principios éticos; es convicción profunda de
que no existe fuerza en el mundo capaz de aplastar la fuerza de la
verdad y las ideas. Revolución es unidad, es independencia, es luchar
por nuestros sueños de justicia para Cuba y para el mundo, que es la
base de nuestro patriotismo, nuestro socialismo y nuestro
internacionalismo".
Sin dudas, se trata de un mensaje hermoso, de valor semántico y con
una carga didáctica de filosofía de vida esperanzadora; mas lograr la
interpretación cabal, ponerlo plenamente en práctica requiere infinito
empeño, confianza y conciencia.
Vuelvo atrás: no ha sido perfecto- no hay obra humana perfecta-, mas
yo he sido feliz por encima de carencias o limitaciones a cuya
erradicación invita su concepto, emitido hace algo más de 16 años.
Recuerdo que al escucharlo se renovaron en mi mente las veces que vi a
Fidel: de pequeña, en el apogeo de la epopeya revolucionaria, me lo
imaginaba cuando, junto a mis amiguitos salíamos a toda carrera al
sentir un helicóptero sobrevolar bajito el pueblo y decíamos:" adiós
Fidel", sin tener la certeza de que fuera él y, en la emoción, suponía
su rostro.
Luego, en las ciernes de la adolescencia lo vi realmente en la
inauguración del Palacio de Pioneros Ernesto Guevara, de la capital
cubana, donde estuve entre los miles de invitados. Lloré a mares. Más
tarde ya como periodista, coincidí en varias coberturas con el líder:
el huracán Iván lo trajo a Pinar del Río y el programa Aló,
Presidente, transmitido desde el municipio pinareño de Sandino, lo
puso ante mí, esa vez junto a Hugo Chávez.
Hoy, se me agolpan los recuerdos, de nuevo desde lejos porque nunca
osé acercármele, no por miedo sino por respeto, el mismo que demanda
el hecho de su deceso ayer 25 de noviembre de 2016, fecha capaz de
marcar un antes y un después en la vida de varias generaciones de
cubanos.
Y se me antoja aferrarme al sueño infantil de correr en pos del celaje
donde lo buscaba para volver a vivir mis cincuenta años en esta tierra
donde su gente -que Fidel calificara como "de oro"- echó a andar
envuelta en el halo de una leyenda.

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