martes, 20 de enero de 2015

¿Cuál de sus máscaras?

Repito este trabajo, a fin de reparar un desliz, un errorcito hijo de la premura, que no se le perdona a una correctora. Gracias.



Antonio María Calvo se oye altisonante, casi sacro y, de veras, no trae a la mente al dueño del nombre; ahora, si hablamos de Tony Calvo, cambian las cosas: el Teatro se hace hombre y sale de paseo por las calles del pueblo de San Cristóbal y por las vidas de no pocas generaciones de sus habitantes que vieron en el rubicundo hombre el modo de adentrarse en la escena.

Tony ronda los sesenta y tantos años; pero siempre fue uno de esos seres capaces de pasear el tiempo sin edad. No era eso lo que la gente buscaba en él, era su constante actuación, su capacidad de encarnar desde un héroe trágico hasta un tipo cómico.

Y digo era, porque hoy padece una demencia- diría yo precoz-, y ya no recorre las casas amigas contando historias desde Grecia a Hollywood. Ahora teje leyendas en silencio, ya no puede discernir entre una voz humana y el maullido de un gato: su oído también se agotó, de tanto escuchar a otros y al otro: a ese que moraba en su alma y con quien muchas veces entablaba los monólogos que luego encantaban al público.

Fue de los primeros instructores de arte formados por el periodo postrevolucionario; pienso que la Dirección de Cultura en San Cristóbal, para la cual tanto trabajó, lo eche de menos. Nadie como él de sencillo y cargado de sabiduría.

Por eso, yo prefiero creer que juega a engañarnos, que encarna un método dramático y nos reconoce en esa especie de ausencia inventada. No es así. Yo quisiera que sucediera de ese modo y un día saliera de su encierro y me guiñara un ojo para convencerme de que hoy solo usa una de sus máscaras. Yo quiero a ese amigo de siempre, aunque sea tarde para repetírselo.

 

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Su opinión cuenta...