martes, 27 de septiembre de 2016

El Quijote de las piedras

El Quijote de las piedras
Por Elena Milián Salaberri
Un día lo llamaron "el loco de las piedras": en su finca El Mameyal,
justo en el corazón de las montañas de Los Tumbos, un paraje por
abrupto legendario en San Cristóbal, hace casi 20 años las rocas
despejaron los trillos y fueron a parar de su mano a las pendientes de
sus campos de café, entre tantos cultivos.
Convertirlas en barreras contra la erosión parecía otra de las
peculiaridades de Chelo, porque su nombre de pila es Moisés Vigoa
Santos, pero él lo usa solo en trámites oficiales y terminó quedando
en el olvido; así que para saber de este "señor guajiro" de 78 años es
mejor no pronunciarlo.
En la Cooperativa de Producción Agropecuaria (CCS) Frank País, a la
cual pertenece, su apego a las novedades era visto como esa
excentricidad de llamar a los hombres Gran Compay o contestar con un
¡ehhhh..!, pronunciado con una melodía invariable capaz de acariciar
los oídos y seguramente aprendida del trino de las aves, sus únicas
compañeras en aquel monte cerrado; hoy con los beneficios de las
electricidad.
"No sé exactamente los kilómetros de barreras de piedras que coloqué",
asegura mostrando unas manos enormes, curtidas por el olvido del ocio
desde que era un niño e hizo una especie de pacto tácito con la
tierra, interrumpido solamente cuando tras el triunfo de la Revolución
se integró al ejército en aquella epopeya que terminó con las bandas
enemigas en el lomerío.
"Aquí cayó Eduardo Solano, un miembro de las Milicias Nacionales
Revolucionarias; yo mantengo limpio y con flores el lugar que recuerda
su muerte; es un sitio que respeto mucho.
"Cultivo plátano, malanga, tengo frutales y crías de aves y cerdos,
pero el café me apasiona: ahora me afano en el de la variedad llamada
Robusta y voy a demostrar cuán mejores serán los rendimientos, así
como lo hice con las piedras evitando la erosión, pues eso que antes
parecía una locura mía, es hoy un mérito reconocido para esta
cooperativa y remunerado por los expertos".
"Vivo solo: los hijos emprenden sus vuelos, mientras yo me aferro a
este sitio" ¡Y de qué modo se apega Chelo al campo! La casa, más
sencilla no puede ser; la Asociación de Combatientes de la Revolución
Cubana (ACRC) a la cual pertenece, tiene el compromiso de aportarle
algunos materiales para mejorarla, pues los embates de los huracanes
Gustav e Ike hicieron estragos por aquí.
Pero Chelo es un guajiro de estirpe, nada lo seduce más que la tierra,
y las bondades de que hoy disfruta después de la electrificación, no
son capaces de hacerlo renunciar a su colador criollo para hacer el
café, a su fogón de leña, al machete resuelto en la cintura, el
dicharacho ocurrente y a las plantas ornamentales, mezcladas
discretamente con el follaje del entorno, en este nicho donde habita
un hombre, al parecer empeñado en ir de una " locura en otra", como
logran hacer en la vida los realmente cuerdos.

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