viernes, 25 de diciembre de 2015

Un rosario para el odio

Un Rosario para el odio
Por Elena Milián Salaberri
Javier, Ramón, Julián y José Ignacio, idearon un viaje navideño sin
otras valijas que el altruismo; partieron el 26 de diciembre de 1958
desde La Habana a Pinar del Río; pensaron regresar el día 31, pero la
impotencia del ocaso del régimen batistiano, torció sus destinos.
Eran miembros de la Agrupación Católica Universitaria (ACU) y,
encontrarse con líderes pinareños de la resistencia cívica fue el
objetivo del trayecto, que emprendieron en dos autos para no llamar la
atención en la vigilada carretera central.
Una delación, la opción por la gloria del martirologio… no se sabe qué
los hizo parar en manos de los esbirros de la tiranía la no che del
26. El tristemente célebre Jacinto Menocal vestía de sangre las
demarcaciones del oeste de la capital cubana hasta Los Palacios y lo
sanguinario no se hizo esperar.
Evidencia de uno de los asesinos
Sostiene la historia local que la primera persona en mostrar el camino
para hallar a los muchachos desaparecidos, fue uno de los soldados
participantes en sus asesinatos; no se sabe si el exceso de alcohol o
la bravuconería lo hicieron gritarlo a los cuatro vientos.
En una cantina de Bahía Honda, el esbirro conocido por Piel Canela
confesó haber tomado parte en la detención de cuatro jóvenes
habaneros, a quienes horas después del arresto enviaron por la
carretera Circuito Norte al Cuartel de Las Pozas.
Tras minuciosa investigación se supo que a las diez de la mañana del
día 27 y custodiados por varios soldados, los ocultaron en las
caballerizas de ese recinto, donde recibieron nuevas torturas, y en la
madrugada del 28 el día 28, fueron trasladados hacia Guajaibón. Allí,
después de horribles torturas, fueron ahorcados.
La noticia del trágico destino de los muchachos se conoció, por
casualidad, gracias a unas amistades de la familia de uno de los
cuatro jóvenes, que vivían en Pinar del Río.
Al conocer el hecho, el Padre Armando Llorente, director de de la ACU,
acompañado de varios correligionarios, salieron de La Habana en un
jeep con el propósito de encontrar el lugar donde pudieran hallarse
los restos de los preciados jóvenes. Fue una tarea dolorosa, la
primera meta era entrevistarse con Piel Canela.
El asesino explicó que en altas horas de la noche, ya oscuro el
calabozo donde habían sido conducidos los cuatro muchachos, oyó lo que
creyó eran zumbidos de abejas. Receloso, se dirigió al calabozo y allí
presenció una escena que el propio criminal catalogó de impresionante:
los jóvenes detenidos, de rodillas, rezaban el Santo Rosario en voz
baja. En sus cuerpos se observaba heridas por los golpes que habían
recibido al llegar al cuartel.
Descubrimiento de los cadáveres
El hallazgo de los cuerpos sin vidas, fue un momento muy difícil y
doloroso, se encontraban tirados unos cuerpos sobre los otros y apenas
cubiertos por cuatro pulgadas de tierra. La mano de uno de los jóvenes
había quedado al descubierto, el lugar exacto se conoció por los
buitres. Aunque los cuerpos estaban horriblemente mutilados, pudieron
ser identificados y llevados a la capital, donde se les dio un digna
sepultura, el sepelio constituyó una demostración de duelo y no sólo
por el hallazgo de esos cuatro muchachos que llenó al pueblo de dolor
y de asombro, sino por los numerosos grupos de cadáveres que se
descubrieron en esta búsqueda. Se encontraban en grupos de treinta, de
cincuenta, de ochenta, víctimas de la inhumana represión que se
realizó en esa zona de Vueltabajo por agentes sin escrúpulos.
Homenaje póstumo
En ese lugar, base del Pan de Guajaibón, donde el 28 de diciembre Día
de los Santos Inocentes, en la religión católica, fueron asesinados
Julián Martínez, Ramón Pérez, Franciso Javier Calvo y José Ignacio
Martí- todos menores de 22 años de edad-, se levantó una Capilla,
lugar de peregrinación como un homenaje sencillo a los cuatro mártires
de un ideal cristiano, cuyo heroísmo fue ejemplo hasta para sus
propios asesinos.

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