Ella es uno de los casi 300 lectores de tabaquerías que cultivan y entretienen a los torcedores en las fábricas del país, tradición vigente desde hace 150 años, propuesta a la UNESCO como patrimonio oral e intangible de la humanidad.
A Felicia la apuntala su experiencia anterior de cuadro de la Federación de Mujeres Cubanas (FMC), en esta suerte de "actuación" diaria, durante la singular actividad surgida en 1865 en una fábrica de La Habana para distraer a los trabajadores en su jornada.
Es conocido que hoy dos de las marcas de habanos de mayor demanda en el mercado mundial, como Montecristo, y Romeo y Julieta, derivan sus nombres de la especial relación establecida por los lectores de tabaquería entre los torcedores y los autores de aquellas obras: Alejandro Dumas y William Shakespeare, lo cual tampoco escapó al ingenio de los propietarios de talleres al escoger un símbolo del mayor prestigio para su producto.
Ese es uno de los misterios más sugestivos de los puros, esa relación culta, elevada y espiritual, que asocia el disfrute de la lectura o la apreciación visual de envases ricamente ilustrados con el placer de sentirse invadido por los aromas del tabaco y sus embriagantes efectos, tal vez con la misma sensación de éxtasis que pudieron apreciar en los pobladores aborígenes de la isla, los primeros exploradores europeos enviados por Cristóbal Colón.
La lectora se sabe estandarte de un oficio sin igual en el mundo, por eso desanda el estrado, se hace una con él. Adora y vive su trabajo. La chaveta le dice "sí" desde hace casi dos décadas.