viernes, 27 de marzo de 2015

Supe de una maestra


Irma Echeverría Elisat era una maestra de mi pueblo; de tanto ver su nombre, casi la llevaba en las venas: no pocos centros estudiantiles y laborales le rinden tributo, mientras respecto a ella mi curiosidad dormía.

Tuvieron que pasar más de 40 años, ya cerca de 50, para que en la redacción del periódico el artemiseño, donde trabajo, me pidieran un escrito acerca de ella. Confesé mi desconocimiento, no sin cierto desasosiego.

Irma murió de 21 años, a causa de una leucemia fulminante. Tras de sí dejó una estela imborrable de filantropía: a lomo de su caballo Lucero iba a su escuelita en el lomerío de El Rangel y, los fines de semana llevaba a los "guajiritos" a pasear a La Habana, y luego los pasaba por la escuela de Odontología de la universidad para que Elena, su hermana, les revisara el estado de la boca.

Era bella, intensa y auténtica, cuentan los que la conocieron como líder sindical, pedagoga, federada y miliciana. Siempre usó una orquídea o un clavel como accesorio.

Confieso que no pasaré más de largo ante una escuela con su nombre sin detenerme a buscar la paz de sus ojos, aún vivos en la antigua fotografía. Nada nos puede ser ajeno y agradezco al periodismo el rescate de tan valiosa mujer.

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